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Todos somos maestros de todos

Cuando era un niño siempre me gustaron las películas de acción. Los héroes de aquella época fueron referentes en mi inconsciente y seguramente determinaran muchas de las decisiones que he tomado a lo largo de mi vida. Aún me gusta pensar que soy una tortuga ninja.

Sin duda he tenido grandes maestros y más reales. Mis abuelos, mis padres, mi hermana. Mi familia en general ha configurado en gran parte la persona que soy hoy.

Al cumplir cierta edad empecé a interesarme por las artes marciales y a partir de ahí descubrí a través de otros maestros que aún me quedaba mucho por descubrir acerca de mí mismo.

En general arrastramos una serie de experiencias vitales que nos hacen actuar, pensar y hablar de una determinada manera. Las decisiones que tomamos en el día a día están empañadas por todo este sistema de creencias que está establecido en nuestra mente sin que lo hayamos elegido voluntariamente. Desde que nacemos ya tenemos una predisposición a creer en esto o aquello en función de la educación, cultura, religión, circunstancias económicas, barrio, etc.

Visto de esta manera se hace más sencillo pensar que hay conceptos que podemos ir eliminando de nuestro vocabulario. El concepto “culpa” por ejemplo es uno de los peor utilizados en las relaciones. En lugar de culpa podemos hablar de responsabilidad y de consecuencias pero nada es personal en la gran mayoría de los casos. Normalmente sabemos poco acerca de esas creencias que rondan el espíritu de cada uno o sus circunstancias.

Cada uno de nosotros tiene un camino que es individual y único. Encontrarlo es lo difícil y aceptarlo lo es aún más. Para poder acercarnos a entender qué queremos o cuál es nuestro propósito es vital intentar responder a la pregunta; ¿quién soy?

Para mí es fundamental hacer un viaje hacia el interior. Un reencuentro con la esencia, con la parte más real de nosotros mismos. Volver a lo primordial de cada uno, volver a lo primitivo.

A lo largo de los años y después de mucho entrenamiento he descubierto dos cosas: la primera es que el exceso de comodidad te acaba estrangulando y la segunda es que para conocerse a uno mismo primero hay que dudar.

Cuestionarnos por qué pensamos lo que pensamos, decimos lo que decimos o hacemos lo que hacemos. Acercarnos a esa figura que todos tenemos dentro que es capaz de observar nuestros pensamientos. Todos somos el observador y no sólo la propia mente. La mente es una herramienta que si se utiliza con propósito puede hacer verdaderas maravillas y cuando se retroalimenta con emociones que no sabemos gestionar, se vuelve muy dañina. El observador sigue ahí, inmutable, sin juicio.

Una buena forma de cuestionarse es rodearse de gente que realmente te respete lo suficiente como para decirte lo que no quieres oír. Esos son los verdaderos amigos y en mi experiencia personal, grandes maestros también. Escucharles y aceptar la verdad ya es otra cuestión que requiere de verdadera fuerza.

Normalmente cuando el ego toma el control se pierde gran parte de la inteligencia...

El concepto vulnerabilidad, también hay que trabajarlo. Antes entendía que era un síntoma de debilidad. Aún a día de hoy me cuesta mucho decirle “te quiero” a la gente que más quiero. Con el tiempo y gracias a uno de esos maestros que he conocido a lo largo de mi carrera he comprendido que la parte vulnerable de cada uno es la que más fuerte nos hace.

Abrir el corazón es un acto de coraje y requiere de mucha fortaleza para romper la coraza que tratamos de mantener para que no nos hagan daño y al mismo tiempo hacernos libres. La humildad es el elemento clave para tender un puente entre la vulnerabilidad y la fortaleza. Hay que ser humilde pero no débil.

Mi trayectoria marcial siempre ha estado marcada por un fuerte propósito de libertad. La idea de desprenderme de una parte de mí mismo que no es mía y que no merece la pena proteger tanto. Una parte que me hace reaccionar, malgastar energía y que me genera gran inseguridad y sufrimiento. Todo ese lado oscuro que en principio no forma parte de mí.

Con los años he comprendido que deshacerme de ese equipaje no es el objetivo de la lucha y que todo lo que soy también tiene que ver con esa parte que traigo. Hoy en día he comprendido que luchar significa aceptar y que cuando aceptas, dejas la luchar.

Ahora, con 33 años y después de una vida dedicada al entrenamiento y a la pasión por algo que me gusta, puedo decir que he conseguido que la energía que invierto y que he invertido se ha transformado en una sensación maravillosa de recompensa en forma de salud, libertad y dinero.

Cuando llega el momento en que sientes que todo lo que te ha pasado en tu vida, lo bueno y lo malo te ha llevado hasta un momento de plenitud y de satisfacción, empiezas a entender que todo pasa por algo y hay una emoción superior que le da sentido a todo, la gratitud.

Al final de cada clase se da las gracias. Es un momento personal e íntimo en el que cada uno agradece lo que tiene, lo que es, ese momento. Ahora, cuando termino mis clases entiendo la importancia que tiene el sentimiento con el que haces las cosas. Ahora cuando doy las gracias pienso en mucha gente a la quiero y respeto.

Ha llegado el momento de ponerme yo delante de la gente y convertirme en ese referente para algunos. De lo que quieren pero también de lo que no. Ha llegado el momento de ser el maestro y ha llegado el momento de aceptar que ahora estoy al servicio de los demás y de que tengo mucho por aprender.

Es el momento de ser mi propio maestro y he comprendido que los que se supone que son mis alumnos ahora son mis referentes. En realidad ahora yo soy el alumno para el que llevo tanto tiempo preparándome.

Para terminar me gustaría citar la frase de uno de estos personajes que han pasado por mi vida dejando una huella imborrable. Mi amigo Juan Matilla que en su sabiduría y siempre detrás de una sonrisa sincera me dijo una vez; “todos somos maestros de todos”.



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