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Legítima Defensa



La defensa personal según la RAE sería: “Actuación en defensa de una persona o de los derechos propios o ajenos, en respuesta proporcionada a un ataque ilegítimo.” Teniendo en cuenta esta definición voy a profundizar en el concepto.

Hoy en día existen muchos tipos diferentes de aproximación a este concepto ya sea en forma de cursos de fin de semana o de clases específicas donde nos enseñan una serie de técnicas para poder, en teoría, repeler una agresión.

Legalmente debemos saber que para considerarse legítima defensa deben cumplirse tres aspectos fundamentales;

- Agresión ilegítima. Es decir que, el ataque que recibimos no tiene razón de ser y atenta contra nuestra integridad física.

- Necesidad racional del medio empleado para impedirla o repelerla. En este punto nos adentramos en la proporcionalidad con que damos respuesta a dicha agresión.

- No provocación suficiente del agredido. Lo que significa que por nuestra parte no puede darse el inicio del atentado.

Vistos estos aspectos técnicos de la legítima defensa vamos a tratar el concepto desde el punto de vista más biológico y humano. Defenderse de una agresión es algo que todos tenemos inscrito en nuestro instinto ya que sobrevivir conservando la propia vida es característica de estar vivo.

Lo que marca la diferencia es el tipo de respuesta que daremos unos con respecto a otros y este es el aspecto clave de toda esta reflexión. Hay personas que frente a un ataque sea de la índole que sea, reaccionan con acción, otras evitando el conflicto y otras sin poder decidir nada. A nivel de sistema nervioso, es decir en nuestra esencia más primitiva las posibles respuestas son; luchar, huir o paralizarse.

Todo esto sucede a gran velocidad en nuestro cerebro ya que es una respuesta bioquímica del organismo a través del sistema noradrenérgico. El análisis cerebral frente a la amenaza es muy rápido. Si no somos capaces de gestionar este torrente de adrenalina, cortisol y demás hormonas encargadas de dar respuesta al estímulo sucumbiremos a nuestro propio organismo, siendo paralizados. Si por el contrario toda esa cascada hormonal es bien gestionada, nos proporcionará mayores habilidades físicas ya sea para luchar o para huir.

Pues bien todo esto como he dicho anteriormente es involuntario y muy personal. Lo que suele suceder en los cursos o clases orientadas a la defensa personal exclusivamente es que no se abordan desde este punto de vista primitivo sino que se trata de intelectualizar un rasgo que es puramente visceral.

La idea de garantizar la respuesta frente a la agresión aprendiendo de forma racional una serie de recursos de combate es en sí mismo ciencia ficción. A lo largo de los años de entrenamiento y gracias a la sabiduría que me han ido inculcando los maestros con los que he podido compartir tiempo he entendido que primero y lo más importante es conocernos a nosotros mismos.

He visto mucha gente que desgraciadamente ha tenido contacto con este tipo de profesores que a través de un curso de fin de semana o de ciertas clases en las que nunca trabajan el idioma más primitivo del combate, sienten la fe de que podrían repeler una amenaza sea cual fuere su naturaleza. Esto sin duda es un grave error.

Es una pena para ellos que en el mejor de los casos descubran lo equivocados que están al compartir entrenamiento con algún compañero que dentro del gimnasio le haga sufrir las consecuencias de la soberbia que otorga la ignorancia, en el combate. Los peor parados son los que lo aprenden en la realidad, descubriendo de forma inexorable que defenderse es algo violento, desagradable y muy exigente física, emocional e intelectualmente.

No existen técnicas mágicas ni recetas para ataques concretos. Lo único realmente eficaz es entrenar de forma continua. Potenciar nuestras cualidades físicas básicas es el primer paso, ya que desde mi punto de vista, la defensa personal empieza por la salud. Cultivar nuestro intelecto, nuestra alimentación, nuestro descanso y generar un entorno saludable es un primer acercamiento.

Por encima de estos pilares básicos y hablando del concepto marcial en sí mismo, encontramos la técnica. Trabajar los recursos que somos capaces de desempeñar es esencial para mecanizar ciertas habilidades. Un puñetazo es un puñetazo hagas defensa personal o un sistema africano desconocido. Un cuerpo es un cuerpo, aquí y en todas partes.

Por último y lo más importante es que por encima de este aspecto técnico se encuentra la mente. Aquí es donde fallan la mayoría de sistemas, principalmente por no practicar el combate. Cómo vamos a conocernos primitivamente si no conectamos con nuestra esencia más visceral o primitiva, cómo vamos a saber qué tipo de respuesta generamos si nunca recibimos el estímulo adecuado y cómo vamos a descubrir nuestra relación con el miedo si no lo saboreamos aunque sea en un entorno controlado como es el tatami.

Esperar a que llegue el momento de la verdad en la realidad y pretender que nuestra respuesta sea eficaz, certera y victoriosa no sólo es ciencia ficción sino que roza la estafa por parte de algunos formadores.

Dicho todo esto y como conclusión, la mejor estrategia para repeler un ataque es entrenar, conocerse en el sufrimiento, en el miedo y trabajar no para que dejen de existir sino para que se conviertan en algo conocido y construir nuestros recursos desde ese conocimiento.

La seguridad absoluta no existe y por mucho que entrenemos nada garantiza la victoria en una situación real pero ser conocedor de nuestras posibilidades y de las del adversario van a determinar qué decisión tomar. Fruto del entrenamiento surge la capacidad de ejecutar movimientos coordinados como cerrar bien la mano o girar la cadera para transmitir la máxima fuerza pero decidir actuar es lo realmente difícil y si no tenemos la experiencia es realmente complicado que podamos dar el paso.

En mi experiencia personal he llegado a la conclusión de que todo el mundo puede aprender a defenderse pero no todo el mundo puede dar la misma respuesta y por eso siento tan importante conocerse en profundidad a través del entrenamiento para que llegado el momento podamos decidir con claridad.

La mejor defensa no siempre es un buen ataque. La mejor defensa es no sentirse atacado.



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